Entrevista realizada por Heraldo de Aragón.
La historia de Javier podría ser una película en blanco y negro que empezaría a finales de los años cuarenta en el barrio del Gancho, en Zaragoza. Javier estudiaba en Escolapios, se quedó huérfano con 7 años y empezó a trabajar a los 14. "Entonces era una época dura, con las miserias de la posguerra. No había tantas oportunidades como ahora y los chicos teníamos que empezar a trabajar pronto. Entré en hostelería, porque ahí no te exigían estudios", cuenta Javier, zaragozano de 62 años, en paro desde enero de 2009.
Javier ha trabajado de camarero y cocinero toda su vida, hasta que su madre cayó gravemente enferma, hace cinco o seis años. "Lo he pasado tan mal, que las fechas me bailan", apunta. Javier tuvo que dejar de trabajar para cuidar a su madre, que falleció en enero de 2009. Desde entonces, por la crisis y por la edad, no encuentra nada. Además, los años que ha invertido de cuidador no le cuentan como cotizados y cuando se jubile, tendrá una pensión muy baja. "Es una situación muy injusta", asegura.
"He trabajado toda la vida y ahora nadie lo tiene en cuenta", comenta resignado. Javier empezó a trabajar de camarero en un restaurante del barrio de la Almozara. Después pasó a cocinero y ha trabajado en distintos restaurantes de la ciudad. "Antes no había escuelas de cocina, yo he aprendido todo en los fogones, practicando. Me gusta la cocina sana y natural, con buenas materias primas. No soy de cocina de artificio o de laboratorio", apunta.
Su último empleo fue de cocinero en el restaurante de las Cortes, en la Aljafería, donde trabajó varios años. "Me rozaba con los diputados todos los días. Algunos eran muy cercanos. Otros, un poco arrogantes. Parecía que se habían pasado de la pana a la seda", comenta.
En esta época, a finales de los años 90, la salud de su madre empezó a flaquear. "Primero le dio un infarto cerebral. Se desplomó en casa y yo la reanimé, fue casi un milagro. Se recuperó pero quedó afectada y perdió mucha movilidad. Después se rompió una cadera y al tiempo, la otra. Hasta entonces, yo compaginaba mi trabajo con cuidarla, pero cada vez era más difícil. Ella iba en silla de ruedas. Contraté a dos mujeres para que le atendieran en casa, pero no funcionó. Finalmente, tuve que dejar mi trabajo para cuidarla yo", cuenta.
Su madre fue reconocida como gran dependiente y cobraba una ayuda de 400 euros al mes por su cuidado. "Pregunté si podía llevarla a un centro de día mientras yo trabajaba, pero me dijeron que no había plazas libres. Y una residencia era muy cara y no nos lo podíamos permitir. La Ley de la Dependencia está mal diseñada si no contempla cosas básicas como más residencias y centros de día públicos", afirma Javier.
Su madre falleció en enero de 2009 y él empezó a buscar trabajo, sin éxito. Mientras, cobra 420 euros como parado de larga duración. "A los de 62 años no nos quieren en ningún lado. En el INAEM me dicen que lo tengo muy difícil y que me plantee una prejubilación. Pero como solo cuentan los últimos 15 años y yo he estado cuidando a mi madre, solo me quedarán 500 euros de pensión. Después de más de 40 años cotizando, me parece una injusticia. Habría que reconocer el papel del cuidador", apunta.
Heraldo de Aragón
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