Dicen que aún no debemos alarmarnos con los datos, que no hay motivos para discursos demagógicos y apocalípticos. Cuando va el juicio delante del análisis siempre tenemos motivos para dudar de lo que se esconde en el propio análisis. Ningún dato aislado sobre los jóvenes ayuda a explicar realmente su situación. Este que vamos a dar no deja de ser significativo.
Durante 2008, las Fiscalías de Menores abrieron en España más de 4.200 expedientes por agresiones de hijos a padres (Algo menos del doble de las del año anterior). Hay que decir además que ni todas las denuncias se convierten en expedientes ni todas las agresiones reales se convierten en denuncia. Lo que se sabe que ocurre es que sólo se denuncia cuando se llega al límite de lo soportable. Esto quiere decir que hay muchísimos más casos.
Sabemos que muchos sectores están interesados en sacar estos hechos con el objetivo de que la “alarma social” los traduzca en medidas judiciales más contundentes.
Judicalizar la vida, delegar en el papá Estado la potestad de decidir sobre todos y cada uno de los aspectos de la convivencia, forma parte de la espiral totalitaria en la que nos hayamos y que no hace más que agravar más el problema si no se contempla desde sus causas.
El maltrato es una consecuencia clara de debilitar la familia como núcleo de solidaridad, de arremeter una y otra vez contra la autoridad del padre (especialmente la del padre) y de la madre que, para no ser sospechosos de “autoritarismo” han optado por la permisividad del dejar hacer, de fomentar aunque el discursito teórico diga lo contrario una cultura del pelotazo, del consumismo, del hedonismo, del pasarlo bien a cualquier precio…
Y, por mucho que engorde el papá Estado… ninguna violencia que incite al maltrato tendrá remedio con más “burocracia”, con más “Estado castigador”, con otra violencia “legal”.
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