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lunes, 4 de mayo de 2009

LA DISCAPACIDAD EN OTROS PAISES (Colombia)

La pesadilla de criar 5 hijos dementes.

Una familia de Frontino (Colombia) afronta este drama: de once hijos, cinco nacieron con retardo mental y físico.

Uno ya murió y los viejos cargan la cruz de los otros cuatro sin que el Estado los ayude en nada.

Un drama sin par en este mundo.

De once hijos que tuvieron María Fredesminda Carvajal Lora y Noé Carvajal Góez, cinco les salieron con retardo físico y mental.


Uno ya murió y ellos no saben si agradecerle a Dios porque se apiadó de él o seguir llorando la ausencia de su hijito.

Han pasado cuarenta y dos largos años, la edad que tiene Brigadier, el mayor de los Carvajal-Carvajal, desde que María Fredesminda y Noé cargan con semejante pesadilla en la más absoluta soledad y abandono y sin recibir la más mínima ayuda estatal.

Habitantes de la vereda El Chupadero, del corregimiento Nutibara (Frontino), una aldea anclada en el olvido y la distancia entre las densas y calientes montañas de Dabeiba y Frontino, los Carvajal han llevado la cruz casi con resignación.

He ido a pedir auxilio por discapacidad, pero no me lo dan, ya me cansé-, dice Noé.

No es su culpa, claro. ¿Podrán hacer mucho un par de campesinos, sin estudios y pobres para defender sus derechos y lograr siquiera que un funcionario local les abra las puertas de su oficina aunque sea para oírlos?

No mucho, seguramente.

Para llegar a la casita de los Carvajal-Carvajal hay que subir al monte, en caballeria o a pie, sortear abismos y hasta arriesgar la integridad física cuando los caminos se ponen lisos, lodosos.

Y a medida que uno se acerca al rancho, se van escuchando gruñidos.

Doscientos metros después de pasar una quebrada cuyo puente son dos palos de madera, se llega a la casa.

Y los gruñidos se hacen más fuertes.

Pero no provienen de un cerdo ni de algún otro animal.

Vienen de un hombre que se arrastra por el piso como un reptil y que detiene su mirada con inquietud ante la visita.

Es Brigadier, el mayor de los hijos discapacitados, dice Emilio Nanclares, un campesino que nos sirvió de guía.

La escena deprime, parece extraída de un libro de la prehistoria.

Y van apareciendo George, de 42 años; Ruth Francely, que tiene 32, y Osman de Jesús, que recién cumplió 26 y es el menor, un muchacho barrigón, callado y que todo el tiempo rasca su estómago con un gesto de dolor.

George ríe, pero no dice nada. Tiene esa risa perdida e inexplicable de los que sufren de retardo mental y es el que más se mueve de los cuatro.

Ruth Francely se aparta y se queda silenciosa en un extremo del zaguán.

A lo lejos, el campo aflora con los cantos de las aves y el sonido de la quebrada que baja apacible.

Dos perros flacos y desnutridos duermen mientras sus crías no tienen aliento ni para moverse.

Mañana posiblemente aparezcan muertos-, apunta Noé, que ya dejó morir dos cachorros por no tener con qué alimentarlos.

La pesadilla ¿Cómo pudo una pareja parir y parir hijos sabiendo que nacían enfermos y convirtiéndose en una carga despiadada para sostenerlos?

Es que no son los únicos, tuvimos once, nacía uno bien y otro enfermo, relata Noé y ríe, uno no sabe con qué aliento.

El drama empeoró cuando los hijos normales se fueron yendo a Medellín, pues encerrados en la aldea no tenían futuro.

Entonces, los padres quedaron solos y cargando con sus cinco hijos con retardo, cruelmente "inútiles".

Sabiendo la situación, Ricaurte, el mayor, regresó de la capital a El Chupadero con su esposa y sus dos hijos para ayudarles a cargar las 5 cruces, que desde noviembre de 2007 son 4, pues en esas fechas murió Wilson, que era el mayor de los enfermos.

Era el peor, no podía moverse-, cuenta Fredesminda.

Ella ya tiene 64 años y Noé 69. Son primos terceros, dicen.

Él goza de un subsidio de 150 mil pesos cada dos meses y ella sufre de artritis y se queja de una cirugía mal hecha en una pierna.

A veces ellos se van por el monte, llegan a la carretera y se suben en buses, los hemos encontrado en Urabá-, cuentan los padres, que temen morir y que sus hijitos queden abandonados.

Y lloran, pues aunque retardados, los quieren vivos.

Lo grave es que son angelitos inocentes, pero a ratos se tornan agresivos, difíciles de controlar.

A veces los tienen que encerrar con llave en una habitación para que no se escapen y para que no vayan a agredir a Ruth Francely, que peligra con ellos en su integridad sexual y física.

Lo admiten los padres.

Ellos conocen las personalidades y reacciones de cada uno. Y claman ayuda, pues la contribución de algunos amigos es insuficiente para alimentarlos, vestirlos y darles una vida digna. -De todas maneras, son nuestros hijos y no los vamos a abandonar-, dicen los padres.

Y el corazón se me parte.

Cuando nos enteramos de estas injusticias sociales que pasan en otros países, tenemos que dar gracias que en España en materias sociales estemos mucho más avanzados, en algunos casos a años luz con diferencia a estos países, pero esto no es excusa para que nos conformemos y no exigamos mejoras y avances para nuestros discapacitados.

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