martes, 14 de septiembre de 2010
Niños esclavos de la mina, 12 horas de trabajo diario, 2 euros
Abigaíl Canaviri, de catorce años, entra todas las noches en las galerías del Cerro Rico de Potosí, una de las minas más deterioradas y peligrosas del mundo. Allí empuja vagonetas cargadas de rocas durante doce horas, a cambio de dos euros. Como ella, 13.000 niños bolivianos arrancan rocas, muelen el mineral, lo tratan con ácidos y lo acarrean sobre sus hombros.
Pausa a 45 grados. Los niños minero mascan coca y beben alcohol puro durante un descanso subterráneo en las minas de Llallagua.
Hacia las seis de la tarde, la montaña empieza a escupir hombres azules. Salen de las bocaminas, rebozados de polvo de estaño, levantan la cara hacia la luz y enseguida la agachan, deslumbrados. Caminan cabizbajos, sin quitarse el casco, arrastrando las botas por la gravilla, en silencio. Diez mil mineros bajan como hormigas por las laderas del Cerro Rico hacia la ciudad de Potosí.
Los miedos
Abigaíl tiene miedo de los pasos angostos, los dolores, la silicosis, los mineros borrachos. Y sobre todo, tiene miedo del hambre.
En un pedregal a 4.300 metros de altitud, en la caseta de adobe donde vive con su familia, Abigaíl Canaviri Canaviri se calza el casco, la lámpara frontal y las botas de goma. Esta niña de catorce años espera a que salgan los mineros para entrar a trabajar toda la noche bajo tierra.
Derrumbes
El peso de la montaña descansa sobre vigas combadas, roídas, puestas hace tiempo. Las muertes por derrumbes son frecuentes.
Fuente: Universidad de Navarra
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