LA NUEVA WEB

miércoles, 23 de junio de 2010

Adoctrinamiento sexual del Ministerio de la Igualdad


El Ministerio de Igualdad ha elaborado una ley que se salta la patria potestad, la libertad educativa y los consensos sociales básicos en materia moral para imponer su particular visión de la sexualidad al conjunto de la juventud española. Pero, por un momento, dejemos a un lado valores implícitos en la nueva Ley Orgánica de Salud Sexual y Reproductiva y centrémonos en las maneras mediante las cuales el Gobierno pretende influir en las mentes de los colegiales españoles.

Para violar las conciencias de niños y adolescentes -en definitiva, de esto se trata-, la Administración socialista está creando un cuerpo docente que sólo ha de rendir cuentas a un único amo y patrón: el Estado, ya se presente en su versión autonómica o central. De este modo, se produce la paradoja de que las libertades civiles básicas están siendo cercenadas por aquellos a los que les ha sido conferido el deber de custodiarlas.

Las formas de esta operación delatan, pues, una intención de fondo. El objetivo no parece ser otro que arrancar del basamento social cualquier referencia a un orden de convivencia objetivo y, en último término, trascendente. La maquinaria estatal se convierte así en la única expendedora de legitimidad moral. Otra nueva paradoja: quienes más abogan por el laicismo, al unificar en un solo mando la auctoritas con la potestas, en realidad están contribuyendo a la divinización del poder mediante la creación de una nueva religión secular.

No parece baladí que quien tiene entre ceja y ceja este fin haya centrado su interés en la educación sexual de los infantes. La sexualidad, lejos de ser un mero deporte de contacto, es una de las dimensiones más importantes de la condición humana. Sin embargo, con frecuencia las mujeres y los hombres yerran al dejar que el aspecto fruitivo de la vida erótica obnubile su vocación fundamental: la corporeidad engarzada en el conjunto de la persona, a su vez orientada hacia el don de la vida en el mutuo amor.

Esta meta puede parecer difícil de alcanzar -de hecho, lo es-, pero precisamente por ello el objetivo de toda educación que se precie de serlo es embridar las pasiones -incluidas las sexuales- para que, en vez de esclavizar, animen y colaboren hacia la realización de un proyecto cultural auténticamente humano, donde reine la libertad, que sólo puede ser fruto de la virtud.

Ahora bien, si la clase política, sin dejar de serlo, pretende convertirse también en una nueva casta sacerdotal, ha de transformar a los ciudadanos libres en una gleba informe predispuesta a la adoración acrítica. Para la consecución de este objetivo, todo lo que colabore en el oscurecimiento del intelecto y el debilitamiento de la voluntad del pueblo será bienvenido.

Desde luego, la educación sexual del Gobierno apunta hacia esta dirección; la satisfacción de los impulsos más primarios, la búsqueda del placer inmediato, la ausencia de límites y la incapacidad de aplicar a la propia conducta una lógica que vaya más allá de la mera instrumentalidad creará adultos despersonalizados, pusilánimes, hedonistas y sin sólidas vinculaciones familiares.

Dentro de este proyecto de ingeniería social llama especialmente la atención el ensañamiento que demuestran los pedagogos socialistas con la condición femenina. Aunque, por otro lado, esto no debería sorprendernos. De una manera natural, las mujeres viven su sexualidad con mayor delicadeza e intimidad que los varones. Por lo tanto, es necesario ejercer superior presión psicológica sobre ellas para disociar en el acto genésico el componente afectivo, con vocación de duración, del placer momentáneo y ciego. A su vez, las madres, en su doble papel de transmisoras de vida y de todo un conjunto de valores, son el cimiento de las familias sobre el que se construye todo el orden social tradicional.

Sólo será posible crear esa nueva sociedad de átomos egoístas fácilmente manipulables si a la maternidad y al matrimonio se les erradican sus merecidos halos de sacra dignidad. El objetivo del socialismo parece ser justamente ése. La respuesta a este envite histórico -sea quien sea el ganador: la civilización occidental o el nihilismo decadente- no está escrita en los astros, sino en el lema que Cela escogió para su escudo nobiliario: “El que resiste gana”.
Alba Digital.

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