Tiene 33 años y ha sembrado la esperanza allá por donde pisó. Porque, montado en su bicicleta adaptada prácticamente horizontal, de 27 marchas, tres ruedas y nueve ruedines, este peregrino ha pisado el Camino con más fuerza que nadie. Cada pedalada la nutría con la entrega de sus manos, mediante un mecanismo a través del manillar, y con el aliento de los cientos de vecinos y caminantes que lo animaban desde cualquier rincón. Sus padres y hermanos lo acompañaron a cada instante, aunque en algún tramo estuvo «completamente solo»: «A veces llegaba en distinto momento que ellos -comenta este americano de origen argentino-, y me dedicaba a recorrer el pueblo al que llegaba y a hablar con sus gentes». Es su primera visita a España y está encantado de visitar Santiago. «La Catedral es fantástica, muy bella», explica con un acento anglosajón que no impide disfrutar de la marcada elle argentina. De su voz transparente brota la emoción al recordar la «cercanía y humildad con la que mucha gente, alguna en silla de ruedas», se le acercaba, «curiosa» por conocer sus vivencias a lo largo del Camino. «Gente que no conoces, pero con la que inmediatamente te sientes unido», asegura. «Quería mostrar que nada es imposible», afirma.
Él se llama Luis González.
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