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sábado, 1 de agosto de 2009

CUANDO UNA MADRE SE VA


CUANDO UNA MADRE SE VA...
Fernando Negro Marco, Sch. P.
(Bangalore, Febrero 2007)

El día 5 de febrero, tras la Eucaristía a la que ella asistía diariamente, mientras comía, mi madre Generosa sufrió un ataque de corazón. Eran las 2 y media de la tarde. Inmediatamente fue llevada a la Casa Grande de Zaragoza y allí moría al amanecer del día 6 de febrero acompañada del cariño, la cercanía y la oración de todos sus hijos e hijas, incluido mi padre Paco que a pesar de su invalidez física de su ceguera, quiso estar allí hablando con ella, rezando y dándole su último adiós.
Como sabéis yo me encuentro en la India. Cuando recibí la noticia a través de mi hermano Javier eran las 10:30 de la noche en India; acababa de leer por segunda o tercera vez una hermosa carta de mi madre que había recibido providencialmente a la misma hora en que ella entraba en coma. Tras unos breves minutos de confusión decidí ponerme en camino y a las 3:30 de la madrugada ya estaba en el avión.
Podéis imaginaros cómo me sentía: una especie de ternura unida a una nostalgia y tristeza esperanzada hacia aquella mujer que me había dado la vida y me había cubierto con su amor. Las lágrimas me acompañaron todo el viaje. El día anterior, 4 de febrero, recibí una llamada suya para felicitarme por mis bodas de de plata sacerdotales que celebré ese día en mi comunidad. La sentí como siempre, cercana, entusiasta, universal. Me felicitó llena de júbilo y orgullo por mi vocación escolapia y misionera. Una maravilla. Precisamente en la celebración eucarística de ese día 4, rodeado de muchos amigos, religiosos y sacerdotes, leí una bella oración por ella compuesta "por la vocación de mis hijos".
A las nueve de la noche hora española los doctores le quitaron todos los medios externos que la mantenía aún viva pues su cerebro ya había dejado de funcionar, y comentaban con dos de mis hermanas que aquello era extraordinario y que tenía que haber muerto hacía tiempo. "¿Es que espera a alguien?", preguntaron. Y mis hermanas les dijeron que efectivamente había dos hermanos, yo y Jesús, que estaban en la India y Argentina respectivamente y que iban de camino. Además otro hermano, Luís, estaba viniendo desde Santiago de Compostela. Es lo que médicamente se llama "la muerte en espera" y que se da en escasísimos casos.
Este dato será para mí siempre, más allá de toda coincidencia, expresión del amor inmenso de madre que ella tuvo hacia cada uno de nosotros. Y lo gordo es que aún resistiría hasta el amanecer del día 6 de febrero. Impresiona saber que ese día era el 62 aniversario de sus bodas. No creo en las casualidades sino en la providencia que hace que todo suceda de acuerdo a un plan de amor. Para el cristiano el más allá, la resurrección, el cielo, viene expresado en la Biblia como aquel festival de bodas en el que la alegría y el gozo serán sin límites. Así quiso que todos celebráramos con ella su aniversario de bodas, entre la tierra y el cielo.
Hacía 12 años que no habíamos podido reunirnos toda la familia al completo. Pues ella lo logró y nunca habíamos estado tan unidos, desde el dolor y la fe esperanzada, como lo estamos ahora. Creo firmemente que su amor seguirá alimentándonos de manera diferente, pero tan real o más que cuando estaba entre nosotros.
Durante estos días, ya de vuelta en la India, la siento cerca de mí y me vienen flashes de pequeños acontecimientos, frases suyas, detalles de su persona, que me hacen sentir ternura y agradecimiento a Dios por haberme dado una madre tan maravillosa.
Creer en la Resurrección es el quicio de nuestra fe. Con la muerte de mi madre esta verdad se ha hecho más palpable, más real. En muchas ocasiones me he imaginado al Cristo Resucitado que, tras su muerte, se acercaba a sus discípulos y les decía "No temáis, soy yo, estoy vivo, no os dejaré huérfanos, me tendréis con vosotros para siempre". Y es como si mi madre, que tan profundamente creía en Él, nos estuviera diciendo a sus hijos "Os seguiré queriendo en la plenitud del amor. Me tendréis con vosotros como madre siempre, y un día estaréis conmigo donde yo ya estoy, pues os estoy preparando un lugar para cada uno de vosotros". Escribir esto desata en mí lágrimas de amor y gratitud, pues no es un cuento sino una realidad demasiado bonita para ser verdad, ¡pero es verdad!
Mis hermanas dicen que durante el tiempo que mi padre Paco estuvo junto a la cama de mi madre en el hospital, mientras ella estaba en coma, no hacía más que acariciar su mano, darle besos, hablar con ella diciéndole que la quería y llamándola "reina", que era el piropo más grande que él siempre le dirigía. Mi padre era consciente de lo que se avecinaba y con cariño entrecortado por el llanto les decía "que se nos va la reina, la reina se nos va".
Sí, la reina de la casa, la madre buena y generosa, ya se ha ido. Echaré muchísimo de menos aquellos vasos de leche con una o dos magdalenas que a tiempo o a destiempo me daba como por asalto, aquellos besos gratuitos e interminables entrecortados por un "te quiero mucho", aquellas cartas espontáneas sin puntos ni comas en que contaba siempre buenas noticias de todos; echaré de menos aquella sonrisa y aquel ir y venir por la casa besando todas las estampas y aquellos minutos en silencio en frente del Sagrado Corazón, con los ojos cerrados y la manos abiertas en señal de completa sumisión… Tantas cosas que ahora llevo ya para siempre en mi corazón como un tesoro.
Cuando una madre se va… ¿algo se muere en el alma? Creo que no; todo se transforma en el alma. Porque como dice la liturgia de la Eucaristía: "La vida de los que en ti creemos no termina, se transforma".
Quiero acabar brindando por mi madre con aquella oración que ella compuso, y que solía rezar en muchísimas ocasiones:

"Te doy gracias, Dios mío, porque me has dado diez hijos y tres has querido que sean para ti. Te los ofrezco con el dolor y la alegría de un nuevo nacimiento que es para mí renuncia y a la vez don tuyo. Por la vocación de mis hijos me haces madre de unos apóstoles, madre de sacerdotes y misioneros, madre de unos escolapios que educan a los niños y jóvenes en la piedad y las letras. Enséñame a velar por su apostolado y sacerdocio como un día velaba sobre su sueño de niño en la cuna, rezando y soñando... Jesús, Hijo de María, que mis hijos se parezcan a ti como yo quiero parecerme a tu madre santa. Que como Tú ellos sean buenos y pasen por el mundo haciendo el bien. Y curen las heridas de muchos corazones y de sus labios que tantas veces han pronunciado el nombre de tu madre, broten las palabras milagrosas de la consagración. Y a mí déjame que ofrezca a tu Corazón cada uno de mis días: la oración, la misa, la soledad, el trabajo sencillo de cada jornada por mis hijos, por sus vidas. Sagrado Corazón de Jesús, en vos confío".
Yo desconocía lo de la muerte en espera hasta que he leído esta carta, y ahora puedo decir que es cierto, mi madre llevaba tres días hospitalizada, el tercer día entro en coma, no habría los ojos, no hablaba, no se si oía, su corazón no dejo de latir hasta que yo aparecí en el hospital ese tercer día sobre las 10 de la mañana.
Nada más aparecí falleció.
Madre mía, aprovecho este momento para decirte que no te olvido ni un solo minuto, que te sigo queriendo y que estoy orgulloso de lo buena madre que has sido.
TE QUIERO, TE ADORO Y TE VENERO

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