Murió de hambre.
Jamás se inscribirá sobre su tumba este motivo porque no hay pasaporte para la pura verdad.
Había ido de ventanilla en ventanilla en todas las oficinas por todas las fábricas por las moradas de todos los terratenientes.
No había nunca para él una plaza vacante... Jirón a jirón su ropa acabó en harapos.
Y esto, junto a miles de piezas de tela con las que nadie sabía qué hacer.
Se tumbaba a las noches en plena intemperie hoy aquí, mañana allá.
Y, sin embargo, era un hombre.
Un hombre como tú.
Un hombre como yo.
Un hombre como todos los demás.
Un hombre como todos los hombres.
Y se tumbaba a las noches sobre la desnudez del sueño al vecino calor de las confortables mansiones.
El hambre, en las entrañas.. El frío, en los huesos.
Sus carnes, rotas de flacidez y de cansancio.
Sin color.
Sus costillas, un rosario de huesos.
Un grito de rebeldía cada fémur.
No se escribirá, no, sobre su tumba que murió lentamente, lentamente de hambre, en tanto que la harina enmohecía en los comercios y mientras que, detrás de sus contadurías defendidas por rejas, las fábricas, a reventar de productos, contaban y contaban sus pingües beneficios.
Un hombre muere.
Un hombre como tú.
Un hombre como yo.
Un hombre como todos los hombres.
Un hombre muere de hambre, de hambre, pero al lado de la abundancia.
No.
No se dirá sobre su tumba: «Murió de hambre».
¡Maldito el hombre que desprecia al hombre y lo rebaja!
No se escribirá sobre su tumba, no, «Murió de hambre».
Y tú, amigo; pero tú, amigo, recuérdalo: ése murió de hambre lentamente, lentamente, lentamente, ¡de hambre!
Un hombre como todo hombre.
Un hombre como tú "muerto de hambre".
Lentamente, lentamente en un mundo de abundancia.
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