lunes, 25 de mayo de 2009
MAMA ¿NO VES?
Ser madre invidente cuesta.
Lo más doloroso es hacer entender a los hijos la discapacidad.
Pero también tiene ventajas, pues los niños aprenden a respetar a los demás.
Mami, ¿no ves?
Las madres que no ven heredan a sus hijos un mundo de texturas, hacen del oído el lazo fuerte y les muestran riquezas y dificultades de vivir con un discapacitado.
“ A oscuras, es la única forma que tengo para criar a un hijo, no conozco otra”, narra María Esther R. (47 años) la manera en que educó a sus dos hijos, uno de 12 y otra de nueve años.
“Yo recuerdo cuando veía, lo que extraño es el brillo en los ojos, después puedo ver todos los colores en mi mente y mi hija me describe lo que ve”, cuenta C.B. (39 años), quien prefiere no revelar su identidad.
Ella considera que ha heredado a su hija la capacidad de apreciar cada detalle de los escenarios que le rodean.
Ambas son madres invidentes y se enorgullecen de decir que ese impedimento físico nunca estuvo por encima de su veta materna.
A fuerza de explicaciones, criaron a sus hijos tratando de hacerles entender —sin dramas— que no veían, pero que ese impedimento no cambiaría en absoluto esa relación de amor.
Pero la etapa más difícil es el momento en que ellos comienzan a preguntar, como todo infante, una y otra vez, por qué ellas no ven, si es verdad que no ven, cómo es que no ven o si la ceguera duele.
Las respuestas son dolorosas, pero siempre se hace hincapié en que ello no implica menos amor. Ellas cuentan que la primera complicación de ser madre invidente es hacerle entender al infante que es diferente a las otras mamás, pero no por eso menos que las otras.
La psicóloga Lucía Montenegro destaca a esas madres que, más que quitar algo en el crecimiento de sus hijos, demuestran que ellas y su diferencia visual hicieron de sus hijos personas que crecieron de la mano de la discapacidad y que serán respetuosas de las diversas realidades.
Esos pequeños desarrollan temprano otras potencialidades respecto de los otros niños, como la del habla y la descripción, ya que sus infantiles requerimientos no pueden valerse de la vista de mamá.
“Incluso se vuelven narradores excepcionales y grandes detallistas, con un manejo envidiable de la palabra hablada”.
Los hijos pueden ser mejores personas:
“Aunque suene ilógico, ser un padre con alguna discapacidad puede hacer de sus hijos mejores personas”, considera la psicóloga Lucía Montenegro.
La explicación que da es que los niños que conviven con las diferencias o las discapacidades serán más abiertos a la inclusión y no serán discriminadores, tratarán a todos con igualdad y respeto, porque saben lo que implica un esfuerzo extra y que los discapacitados afrontan muchas desventajas sociales.
“Ellos viven en carne propia la complicación y la diferencia”.
Considera que si bien la etapa más difícil es cuando ellos tienen uso de razón y se dan cuenta de la ceguera, la aceptación es más fácil cuando la madre les habla de esa deficiencia, aun siendo bebés, ya que hasta los términos relacionados con esa discapacidad se irán familiarizando.
“Un buen ejercicio de adaptación es tomar los textos de Braille constantemente frente a ellos”.
Entre las ventajas de vivir con alguien con discapacidad física, la principal —según la especialista— es la inclusión.
“Como son niños, hasta les parecerá divertido comenzar a leer sintiendo los agujeros en un papel, el método para ciegos.
Para ellos es una aventura porque es algo que no aprenderán en cualquier lugar y porque además valorarán que, a diferencia de sus padres, ellos sí pueden leer un texto así y el resto no”.
Lo mismo pasa con los niños cuyos familiares tienen discapacidad auditiva, porque al principio el lenguaje de señas les parecerá un código secreto que la mayoría de la gente no entenderá.
“Además, la niñez es la etapa en que ellos aprenden todo como esponjas, con mayor facilidad, así que hay que acercarlos a todos los recursos de comunicación que requiera determinada limitación física”.
Al principio, para los hijos será duro entender que mamá no tiene vista, pero sí ojos.
“Los infantes relacionan la presencia física directamente con la función, entonces serán monotemáticos y volverán a ese tema que no entienden pero que podría dolerles”.
Entonces preguntarán sin parar
—particularmente entre los tres y cuatro años— si es cierto que mami no ve.
La especialista arguye que esos chicos también desarrollan más tempranamente el don de la palabra, ya que es el sentido —junto al oído— que los unirá más.
Incluso cuando son bebés, no basta con que eleven las manos para que ellos adviertan que quieren ser levantados”.
Si bien los niños pueden ser crueles con algunas diferencias físicas, aunque sin malicia, también pueden ser indiferentes a ellas.
“Es como cuando en un kínder pones a todos los alumnos juntos y su único interés es que el compañerito los acompañe en el juego, porque no se percatan de esas diferencias y si lo hacen, no las privilegian”.
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