jueves, 7 de mayo de 2009
ESTAMOS INVIERTIENDO LA PIRAMIDE
No hace mucho comentaba el caso de un padre camarero que vino a la Fiscalía de Menores con su hijo (de los que aparece con una gorrita y mascando chicle y se sienta, aunque los padres se queden de pie, ratificado por éstos, que argumentan "está cansado").
El susodicho menor había cometido un ilícito penal, el padre me expuso: "Sólo le doy 70 euros cada fin de semana".
Ante la cara de estupor que debí de poner, aclaró "pero mi mujer le compra todos los días un paquete de tabaco".
Le pregunté "¿rubio?", me contestó "sí, americano".
Le espeté, "míreme a los ojos y diga conmigo ¡soy tonto!".
A que les suena la noticia del joven de 22 años que ha llevado a juicio a su padre que está en paro y cobra un subsidio de 700 euros mensuales, pues estima que la paga de 150 euros es insuficiente.
Menos mal que el juez ha desestimado la demanda.
Otra sentencia ha dado mucho que hablar (y algo que escribir).
Un padre dio con la zapatilla a su hija de 16 años amoratándola el brazo, siendo sancionado con prisión por tres meses y 15 días.
No entro a valorar la sentencia, pues habría que estar en el foro para poder tener elementos suficientes.
Pero sí deseo plantear que se ha generado en niños y jóvenes una sensación de impunidad deformante para ellos y problemática para los adultos.
Educar supone respetar, pero no confundir con ceder, claudicar o deponer.
Estamos invirtiendo la pirámide natural del conocimiento y transmisión. Me horroriza ver a niños que ridiculizan en público a sus abuelos, que los amenazan verbal y gestualmente.
Creo que el contacto, el afecto, el vínculo el cariño es necesario, que dar achuchones y besos a un niño es precioso, necesario, una gozada.
Nada tiene que ver el amor, la calidez, con el seguimiento babeante, ¿quién es el adulto?, ¿quién posee historia, conocimiento, criterio, planteamientos educativos?
Estar con un niño no puede ser percibido como al que le mandan a galeras, un castigo.
Hay quien mira a los que están con niños con condescendencia, próximos a darles el pésame.
Antes nos alejaban de los adultos, "¡cuando seas mayor comerás huevos, o a tu cuarto, o porque lo digo yo!".
Frases poco edificantes, más propias de la instrucción militar pero no más bochornosas que la del adulto que implora la paz del niño, que le sigue a todos los sitios cual perro apaleado.
Se ha esparcido una especie de fatalismo, aceptación de que los niños actuales son así, acomplejados en general, incapaces de aguantar el llanto de un niño, el pulso de un mocoso, la arrogancia de un chiquilicuatre.
En nuestro entorno la palabra autoridad se enfanga de chapote, sin entender que los niños miden, buscan vencer y si bien hemos de dialogar no hemos de negociar, y si al fin se ha de imponer un criterio, éste será el del adulto.
Transmitan este mensaje, háganlo saber porque el niño sin alguien que lo guíe se desorienta, se hace intransigente, soberbio e intratable.
Educar desde la razón no es fácil, es un reto, pero hemos de atenernos a la escalera del programa, con coherencia, con constancia, convicción y tesón.
No es evolución que en nuestra especie animal, las crías impongan sus apetencias, instintos y demandas.
Pareciera que en la infancia cada niño ha de dominar su entorno y se entenderá que es un grave error, una sinrazón.
El problema no está en ellos, sino en que se encuentran sin adultos que ejerzan como tales ¿y entonces a quién imitará?
Ser cariñoso, tener sentido del humor, no está reñido con ser serio, con delimitar las conductas admisibles y las que no lo son.
Hacen flaco favor esos padres desnortados que se quitan la razón entre ellos, que desautorizan a profesores y a ciudadanos.
Hemos de tomar el timón e iniciar una singladura, pero como en todo barco hace falta capitán, decisiones, órdenes, horarios y conductas.
Creer que el niño crece solo, sin directrices, es un error.
El desgobierno lleva a embarrancar más bien pronto, lo sabemos, lo percibimos día a día, ¿cuál es la razón de que cada uno mire a su alrededor sin asumir su propio papel, su propia responsabilidad?
No culpemos a niños y jóvenes, asumamos el papel que es propio de los mayores, demos pautas.
Exigimos mucho de papá o mamá Estado, judicializamos cualquier conflicto, pero hemos de ser conscientes de que el respeto intergeneracional mutuo es fundamental para convivir y transmitir.
Deberíamos escribir artículos, cartas al director, dictar en los colegios, programar en las televisiones, charlar en las radios sobre qué es lo mejor para que nuestros hijos crezcan de verdad sanos, pero luego e inmediatamente aunque no siempre sea grato ponernos manos a la obra para hacer crecer de forma recta, esforzada, alegre y no acomodada, vaga e indolente.
Solidaridad.net
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